Ismael, tan desadaptado él. De niño no le gustaba pagar por sus dulces en el bar de la escuela. Prefería robarle a sus compañeros, o bien el almuerzo o bien el dinero, le daba igual.
Con el tiempo, los compañeros y artículos a robar cambiaron; y las cantidades monetarias también. Las que no cambiaban eran las mañas de Ismael. No era coincidencia que su padre haya sido taxista y alcohólico. Ismael heredó lo segundo y detesta a los primeros. Como dicen los psicólogos: cambian las personas, se repiten las interacciones.
Su costumbre de no pagar por lo que consumía la extrapoló a su vida adulta. Robaba en los supermercados y nunca lo atrapaban.Ismael detestaba a los ladrones, detestaba cualquier cosa que tenga u ostente más fuerza que él. Un día 21 de no sé qué mes, un asaltante lo sorprendió en un callejón. Fue una tremenda tragedia para el asaltante, que aquella noche se quedó sin revólver y sin vida. El periódico describió la causa de la muerte como “golpes repetidos con la cacha de un revólver calibre 38”. Lo que en realidad pasó fue que Ismael mató a puñetazos al vagabundo asaltante, quien no pudo defenderse ante la agresividad y los gruesos anillos en manos del sociópata muchacho. Desde entonces, aquel revólver se volvió un trofeo para Ismael. Trofeo que, por supuesto, usó para seguir obteniendo lo que quiso, sin pagar por ello.
Su odio hacia los taxistas fue el blanco de su brillante trofeo. Cada vez que salía borracho de la cantina, tomaba un taxi y como si de un «cupón de descuento de 100%» se tratara, Ismael mostraba su revólver y siempre lograba una carrera gratis en los taxis. A veces, sentía que le quedaba debiendo al taxista por lo que, con un par de golpes en la cara, creía saldar sus cuentas. Taxista tras taxista, Ismael se vengaba de los abusos de su padre. Golpe tras golpe, su ira aumentaba en lugar de disminuir.
Una noche, el muchacho ebrio y enojado por haber perdido una pelea en la cantina, decidió que un taxista debía pagar por sus frustraciones. Se subió a un taxi y le indicó al conductor la dirección de su casa; una falsa, por supuesto. Al momento de pagar, Ismael mostró su «cupón de descuento«. Era costumbre de Ismael el nunca ver a los ojos a la persona abusada de turno, de la misma manera que nunca veía a los ojos a su padre. Cuando Ismael empezó a golpear al taxista, éste intentó defenderse. Lo tomó de un brazo, en una llave que parecía muy bien ensayada y sometió a Ismael con una pistola taser de 400 voltios.
Aquel taxista ya había sido asaltado por Ismael en una ocasión anterior, por lo que decidió que Ismael le debía. Llevó a Ismael a un callejón, donde lo golpeó repitiendo la frase:
—¡Bastardo maldito! Ahora te voy a enseñar.
Irónicamente era la misma frase que usaba el padre de Ismael cuando lo golpeaba. Ismael, en shock, empezó a llorar, rogando:
— Ya no papá, ya no.
El taxista, nada enternecido por la evidente locura de Ismael, empezó a acariciarle el cabello.
—Tranquilo, mijo. Todo va a estar bien.
Dicho eso, Ismael se calmó un poco. El taxista ahora sentía que le debía a Ismael. Así que le dio su cambio, en forma de bala en el pecho. Ya estaba saldada la cuenta entre el taxista e Ismael: el muchacho le quitó un riñón a golpes, el taxista le quitó un pulmón de un tiro.
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Impactante de principio a fin…
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Muchas gracias Bremarila 🙂
Y gracias por pasar.
Te invito a leer las otras entradas, en esta: mi dimensión de relatos y letras ….
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Notable. Gran historia.
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Gracias Pablo… un gusto tenerte por aquí.
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