Un naranjo no tiene ni idea de todas las disputas que puede llegar a causar. Y si lo sabe, poco le interesa.
Hoy, jueves por la mañana, Antonio envía a su hijo a la tienda por un mandado. El pequeño muchacho refunfuña porque debe abandonar su partida de juego en línea. Su padre lo regaña diciéndole que le ponga ‘pausa’ y que se largue a comprar las naranjas para el jugo del almuerzo. Antonio, por supuesto, no entiende que los juegos en línea no tienen la opción de ‘pausa’, por lo que su resignado hijo no hace más que maldecir a las jugosas culpables de su predicamento.
Y predicamento es justo lo que vive Azucena, la vendedora de jugos y zumos de la esquina de la ciudadela Huancavilca, que le reclama a su hijo Genaro por no haber cortado a tiempo las naranjas para el trabajo de hoy. Pero Genaro no es como el hijo de Antonio. ¡No!, es más astuto. Genaro corta un par de naranjas y, maliciosamente, se hace una pequeña punzada con el cuchillo, hasta ver salir una gota de sangre de su pulgar. Luego de eso, lo siguiente es sencillo: presionar y presionar la herida hasta que la gota sea un caudal, lo suficientemente preocupante como para que su madre le dé un ´carajazo´ y lo mande al baño a limpiarse y curarse la herida. Azucena termina cortando las naranjas ella misma, luego de limpiar el letrero de su quiosco.
Un letrero es lo que la malhumorada abuela Antonieta usa hoy en su casa, cansada de exprimir naranja tras naranja para el jugo de sus ingratos, pero inocentes, nietos de 10 años: «¡Si quieren jugo, exprímanse sus propias naranjas!»
El pequeño Pablo, de 6 años, se come una naranja pésimamente pelada por su hermano Francisco, que se la dio para entretenerlo mientras se besuquea con su novia. Pablito muerde la naranja e irrita su boca con el zumo de la cáscara, lo que crea una leve hinchazón en su boca y una reprimenda para el adolescente a cargo.
¡Ay, las naranjas! Esas agridulces hijas del naranjo. Se la pasan causando problemas y alborotos.
Algunos naranjos conocen su poder. Como aquellos viejos de las plantaciones, que enseñan a los niños naranjos a crear frutos más y más dulces, para beneficio de su clan y para que algunos ingenuos humanos se irriten con sus cáscaras. Los naranjos de plantación comercial son plantas egoístas. Han resultado genios de la evolución, diseñando frutos atractivos para que el hombre trabaje por ellos. Han adaptado tan bien su raza que ahora, como premio, se dedican a tomar el sol todo el día, bebiendo y bebiendo con sus malintencionadas raíces y engordando lo único que les importa: sus frutos.
A la mayor parte de los naranjos sólo les interesa que sus semillas prosperen. Los naranjos cultivados en casa no son así. Esos tienen mejor humor. Juegan con el perro y con los niños, les guardan secretos a las niñas enamoradas y besan la mano del ama de casa que recoge sus frutos. ¡Uno de esos quiero tener yo en mi casa!
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Consecución de tramas, qué bella narrativa.
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Ah, genios de la evolución, ya entiendo más ahora. En la casa de mis vecinos había un naranjo que daba naranjas agrias (no sé si las conozcas), siempre lo miraba desde mi ventana y me guardaba secretos 🙂
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Wow… eso comprueba mi teoría de que los árboles adecuados pueden servir de compañía o de caja fuerte de recuerdos 🙂
Un gusto siempre ver tus palabras en esta dimensión.
Abrazo interdimensional.
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[…] plantas aman recibir […]
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[…] plantas aman recibir […]
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Muy bueno, me gusta cómo vas hilando a unos con otros. Yo también quiero uno de esos naranjos generosos.
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🙂 ¿a qué son una monada los árboles frutales? 😉 … es un gusto que me leas…
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