Día 3

Publicado: 24/10/2014 en Diario de cigarrillos
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Hoy me desperté tarde por la mañana.  Acabo de levantarme de una de mis, no tan frecuentes, borracheras politoxicómanas.

Necesito un cigarrillo, porque sino no me está permitido escribir nada en este diario.

Bien,  contaré los sucesos del día de ayer.

Recibí un mensaje a mi celular de mi amigo Moisés, el pintor del piso de abajo del bloque de departamentos donde vivo.

El mensaje decía:

Vnt. Q tngo material nuevo y la pasaremos bien to’ el día. Vendí una pintura, así k yo invito. Muévet!

¿Qué podía decirle, que no fuera un instantáneo y rotundo «SÍ»?

Le envié un mensaje y empecé a alistarme. Por supuesto, me declaré en huelga y no atendí el local, con la excusa de que iría a comprar unos repuestos muy difíciles de conseguir (cosa que fue cierta antes de ayer, pero bueno, ¿quién no ha movido la “verdad” a un día en que le sea conveniente contarla? En fin).

Bajé hacia la casa de Moisés y me enseñó el cuadro que estábamos por entregar.  Era un cuadro fantástico, muy simbólico. Era algo así como la silueta de un ser humano, delineada en blanco, con el espacio al fondo. Los pies de la silueta pisaban, cada uno, una galaxia. Entre los pies, en cambio, había una nebulosa, de la cual crecía una frondosa planta de cáñamo de la India, en plena floración. Dentro de la silueta de la persona estaban delineados los siete chacras, cada uno atravesado por la planta de cáñamo que, aparentemente, los activaba.

¡Un cuadro fantástico, sin duda!

Luego de eso, nos fuimos en su auto a entregar el cuadro a un amigo de Moisés. Su amigo era un adinerado amante del arte y la psiconáutica que había logrado su fortuna de maneras misteriosas (que nadie en su sano juicio pensaría en esculcar). Dentro de la casa se exhibían cientos de pinturas, esculturas y poemas pintados en la pared. Todos relacionados, de una u otra forma, a la enteogenia. Entregamos la pintura y la dejamos colgada en la pared que se nos indicó. Luego de eso, el amigo de Moisés nos invitó a beber del más fino coñac que pude haber probado en mi miserable vida, ¡era simplemente ambrosía!

Nos despedimos luego de beber moderadamente, y me fui con mi amigo a su casa a guardar el dinero en efectivo que le pagaron. También parqueamos el carro. Libres ya de cualquier cosa de valor que pudieran arrebatarnos los ladrones, nos fuimos en nuestras viejas bicicletas a una casa abandonada (a la que  acuden los artistas que consumen drogas para buscar inspiración) .

Ya en dicha casa, yo iba a encender uno de mis cigarrillos. Pero Moisés me hizo un gesto de negación que yo entendí inmediatamente. Sacó una caja metálica, muy bonita, con un sello extravagante que él mandó a inscribir en ella, y sacó un cigarrillo sin filtro, de esos que se nota a leguas que fue armado en una máquina. Lo encendí, prácticamente sabiendo lo que era, y me supo al mejor cáñamo que pudiera haber probado jamás: un sabor entre cítrico y dulce que invadía mis pulmones. Se notaba, en cualquier caso, que era hierba de autocultivo, con unos cuántos meses de un excelente curado. El “vuelo” subía delicadamente, de la misma forma en que bajó.

Bajo el efecto del cáñamo, recorrimos la casa abandonada, habitación por habitación. Era una casa grande, y en muchas de las habitaciones se podían contemplar muchos dibujos de inspiración psicodélica. “Arte ácido” le dicen por acá.

Tomamos un par de fotos con la cámara Polaroid instantánea de Moisés:

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Mansión «embrujada» de Urdesa

Arte ácido

Nos sentamos un rato y mi amigo decidió darme una sorpresa. De su caja sacó unos cartoncitos de LSD. Hace tiempo que yo no probaba uno de esos y, la verdad, con sólo verlos salir de esa caja había certeza de que sería algo de calidad. Nos pusimos, cada uno, medio cartoncito debajo de la lengua y fumamos, cada uno, un cigarrillo de los míos. Eso me agrada de Moisés: que es sencillo. Consume cosas de calidad pero es pobre, como yo, y no se da las ínfulas de rico que se dan muchas personas cuando tienen algo más fino que lo tuyo.

Tardó un poco, pero el viaje ácido fue simplemente fabuloso. Suelo tener viajes introspectivos, en los que analizo mi subconsciente de forma detallada, me sincero conmigo mismo. Me vi, y vi los errores de mi pasado, mi presente y los que serían de mi futuro (si es que no hago algo para cambiarlo). Vi también a mi familia, que aunque a veces me saca de quicio, los amo a todos: sobre todo a mi esposa y a mi hijo (no concebiría mi vida sin ellos).  Vi la verdad tras mis verdades.

También vi mis sueños, y mis fracasadas letras me hablaron. Me dijeron que no deje de escribir, que no deje de soñar, que mientras haya vida se puede recuperar todo. Mi arte me habló, creo que es por eso que mi entrada de diario de hoy es bastante intensa y extensa.  Me da igual, seguiré escribiendo el diario, como pinte . Tal vez no sea un Bolaño, como quise ser, pero soy un Alarcón y eso me basta y me sobra.

En fin, me salí del tema. Con el cartón de LSD perdimos la noción del tiempo. Conversamos de arte y de muchas otras cosas. Luego de eso nos dio mucha hambre, así que recogimos del suelo nuestras cosas (y creo que nuestras almas también), y salimos a buscar algo de comer.

Eran las 3 de la madrugada, por lo que sólo un tipo de tiendas estarían abiertas a esa hora: las licorerías. Fuimos hasta una y, para suerte nuestra, aún quedaban hot dogs. Mientras la chica que atendía nos preparaba la comida, me di cuenta de que era muy bonita. De piernas firmes, bello rostro y, para qué negarlo, un bonito trasero envuelto en un pantalón blanco. Yo la veía disimuladamente, pero Moisés tenía una mirada de perversión que yo jamás había visto en nadie. Parecía que, dentro de sus ojos, la devorara átomo por átomo, como si sus ojos fuesen antimateria lista para no dejar ni rastro del cuerpo de la muchacha.

Tal vez fue el efecto de la droga, pero me imaginé que si yo tuviera una hija sería una tremenda tragedia que alguien me la mirara así. Da lo mismo que sea el deseo pervertido de un surrealista pintor o de un depravado practicante, creo que un padre desea siempre que su hija no se tope con gente como él mismo o sus amigos.

Al final, comimos los hot dogs y los bajamos con un par de colas Fioravanti. Yo estaba viendo la luna, y en ella vi una mancha en forma de dragón. Nos fumamos mis dos últimos cigarrillos  frente a un charquito en el suelo, que a mi parecer también se asemejaba a la silueta de un dragón.

Acabé mi cigarrillo al mismo tiempo que Moisés, y ambos, como en un ritual ya establecido, lanzamos las colillas aún encendidas al charco… ¡y fue hermoso oír el chasquido del agua apagando ambas colillas al mismo tiempo!

El viaje en bicicleta, de regreso a casa,  aún bajo los efectos del LSD, fue algo muy a lo Hoffman.


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comentarios
  1. […] que la causa del desastre irreversible en el Universo DAVCSIA-1977, es debida a que el Número 42 se ha puesto celoso ante la […]

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  2. «Un cuento de Navidad» con LSD, jajajaja, qué ocurrencias. Lo amé jajajaja.

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