Una tarde, mientras jugaba en la oficina de su madre, Rodrigo hizo un avión de papel. Por aquel entonces era la única pieza de papiroflexia que podía realizar. Se paró cerca de la ventana del octavo piso donde estaba la oficina y lanzó el avión. Se lo quedó viendo mucho rato. De repente, Rodrigo sintió que planeaba lentamente y que el viento lo acariciaba. Esa sensación lo acompañó unos segundos hasta que, de repente, se halló a sí mismo caído en el suelo.
Aquella experiencia extraña no se repitió hasta que cumplió veintiún años. Se hallaba en otro octavo piso, en su puesto de atención al cliente en el Servicio de Rentas Internas. Rodrigo estaba aburrido, era uno de los días muertos de inicios de enero, donde a nadie le importaban sus impuestos. Agarró una hoja de reciclaje e hizo un avión, del mismo modelo que de niño. Lo lanzó…
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Muy bueno, de lo que me he leído tuyo hasta ahora este es el que más me ha gustado con diferencia. La idea es original y da mucho juego, y el final queda estupendo. Como crítica, te diría que el ritmo de la narrativa es un poco atropellado para mi gusto, pero como siempre, eso es una cuestión personal ;). Un placer leerte.
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Gracias por pasar por aquí, Eva 🙂 Me alega mucho que te haya gustado, tomaré en cuenta tu crítica constructiva, eso me ayuda a crecer.
Un abrazo desde el soleado Guayaquil.
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