Originalmente publicado en: Blog de Salto al reverso

«Ojo cascada de la cuidad sombra», por Mystic Art Desing (CC BY)
Mientras vagaba en las tierras de la locura, sentí una presencia extraña dentro de mi cuerpo. Me costó años averiguar de qué o quién se trataba, pero su presencia no era nada agradable.
Aquella esencia, con la forma de un niño como de unos cinco o seis años, era una parte de mi ser. Una parte que, debido a la represión extrema a la que fue sometida, tuvo que manifestarse en forma visible para captar mi atención.
Viendo esto, le pregunté:
—¿Qué necesitas? ¿Por qué intentas invadir mi ser con tus ganas de llorar?
Al darse cuenta de que al fin lo había notado, el niño contestó:
—Justo eso necesito. ¡Tus ojos para poder llorar!
Al notar su convicción, me preocupé y me intrigué al mismo tiempo. No aguanté la curiosidad y le dije:
—¿Por qué no usas tus propios ojos para llorar?
El niño, moviendo la cabeza en señal de desaprobación, me dijo que yo no entendía nada.
—Tus ojos son los únicos que tienen acceso a la salida.
Sin entender, volví a preguntar:
—¿Acceso a la salida?
El niño, evidentemente molesto porque yo no entendía, me dijo:
—Si lloro con mis ojos, moriré ahogado dentro de la burbuja en la que me confinaste. Pero si uso los tuyos, el agua se irá por la salida.
Yo, habiendo comprendido sus palabras, le dije apenado:
—No puedo darte mis ojos.
El niño, dando la vuelta para marcharse y convertirse de nuevo en una incómoda esencia incorpórea dentro de mi cuerpo, reclamó:
—¡No me quieres dar tus ojos! ¡Son mis ojos también!
Convencido de mi respuesta, le dije:
—¡No! Pero puedo prestártelos.
El niño, sorprendido por la respuesta, se volvió hacia mí:
—¿Cómo podrías hacer eso?
Le respondí:
—Yo, en momentos convenientes, te prestaré mi acceso a la salida y dejaré que elimines el exceso de agua para que ya no te ahogues.
El niño, con un rostro de notorio agradecimiento, empezó a convertirse en una niebla plateada y salió de mi cuerpo. La niebla dijo:
—Te tomaré la palabra, esperaré mi momento para que cumplas tu promesa.
Era la voz del niño, que ya no habitaba en mi cuerpo entero. Tan solo en mis ojos, esperando su turno para usarlos.
Con eso desaparecieron las manifestaciones molestas de aquella esencia. Gracias al pacto de utilización de ojos que firmamos con aquella conversación.